domingo, 17 de diciembre de 2006

Algunos pocos...

Algunos pocos creen todavía que este conjuro es eterno, que no cae esa gaviota, que ese brillo en las pupilas no cesará nunca... Algunos otros ya han perdido la cuenta de los banales intentos para concretar la aventura del encuentro con los besos y los pasadizos secretos del romance... han perdido la cuenta de cuánta agua pasó bajo el puente del misterio del afecto... Sin embargo esta extrañeza les trae a la dulce memoria el primer punto de partida y el final del último juego... cuánto hubo en el medio? Eso ya no importa, están dispuestos a caer cuantas veces sea necesario porque en el fondo del estanque de los días... muy en el fondo... también ellos creen todavía en el milagro. Pero hay más. Están aún aquellos que viven la fricción cotidiana de los cuerpos con una adrenalina hecha para otras ocasiones, demasiado ajenas al vuelo de la gaviota de los primeros. Ellos son los promiscuos Don Juanes que van de balcón en balcón creyendo y apostando a que la soledad no los alcanza si amanecen de vez en vez entre sábanas distintas. Si de vez en vez reciben un cúmulo de caricias ilusorias y gastadas sonrisas placenteras. Pero el mundo se mueve por aquellos que inventaron y confiaron fervientemente en la utopía certera del amor de a pares fieles, es decir: los primeros. Todos arrastramos una cadena de miedos y una valija de sueños. Todos sostenemos a pie juntillas una que otra teoría que nos permite la entrega ciega a los sentimientos sublimes de un corazón latiendo. Somos cada cual vehículo de esa energía destinada a un sólo mérito. Somos canales dignos de tal osadía. Y el mundo se seguirá moviendo siempre que no sean los primeros los que traicionen la causa... claro está que de vez en cuando alguno se sumerge en el mar de las decepciones y tira por la borda la fragilidad de algún contrato temporal y cómo la neblina nubla los ojos y transfigura los colores del entorno. Sólo ocurre de vez en cuando que la duda invade a los primeros... es entonces cuando los límites se desdibujan y los ángeles dejan caer sus plumas... es entonces cuando se vuelve discretamente necesario que alguien venga a rescatarlos del naufragio... pero ellos pueden acercarse lentamente y espiarse desde el fondo del estanque de los segundos y ser testigos de que aunque más no sea, alguien en el fondo sigue creyendo que es eterno este conjuro... que no cae esa gaviota... y antes de que la resignación los envuelva suben nuevamente, se asoman a la vida y se entregan ciegamente al rescoldo de besos, secretos y misterios... aceptan participar otra vez en el juego y suspirando - por si acaso - piensan para sí mismos: “el amor es otra cosa”.

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