viernes, 2 de noviembre de 2007

El chico de las libretas

Debo confesar que no recibí con agrado la noticia.
Fue en febrero cuando me trasladaron de la sede oficial de la editorial a la librería en el Pabellón Argentina de Ciudad Universitaria, y aunque estaba en casa cuando me avisaron, todavía viajaba por Bolivia.
Puedo profundizar diciendo que me molestó mucho ese cambio y que además me parecía que no valía la pena puesto que mis tareas principales quedarían resignadas a un día a la semana privilegiando la venta de libretas por sobre la venta de libros…
Ahora desvinculada me atrevo a decir que la imprenta obtenía el 10% de cada libreta de estudiante: $0,50. Nada me parecía más en vano.
Así que con mal gesto me puse a vender libretas y de casualidad algún librito.
Cuando la primer ráfaga de ingresantes universitarios fue satisfecha, no como correspondía, sino como pudimos; ejercitamos el deporte de la queja y luego nos “capacitamos” para poder cargar las ventas en un programita con soporte DOS: el inestable SIGEPOS para satélites contables.
Cuando hubo tiempo pasé el plumero, llevé una repisa para acomodar las cosas del mate y del desayuno y un equipito de música porque ya sabemos que mejora cualquier ambiente laboral; y mal que mal, organizamos irregularmente “el localcito”.
Ahora vamos en “plural” porque en la librería no estaba sola. He aquí el hecho más preciado: Alvarito trabajaba desde el año anterior en el pabellón, sorteando sus días entre improvisados stanes de libros que distribuía en una mesa zaparrastrosa y la disputa por el espacio para la venta con los agentes de cultura; hasta que por fin se halló cobijado por cuatro paredes y un depósito, que sólo se irritan cuando el viento entra furioso y helado por la ventanilla de atención.
El proceso había comenzado antes de planear nuestro viaje al norte, Alvin pasó de ser mi compañero a mi compinche. Nos hicimos amigos a la brevedad y con una intensidad digna de envidia. Nos convertimos en cómplices esencias y lo mejor de todo fue que hicimos que valiera la pena.
Ahora lo extraño.
Como también extraño las charlas con Bertuzzi, nuestro superior más cercano.
Por eso le dedico este espacio que me llevó un buen tiempo definir, pero que al fin y al cabo queda plasmado hoy, como símbolo de mi cariño, en este mundo blogger.

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