viernes, 4 de mayo de 2007

Su amor era como un arbolito sin hojas

Juan tenía grandes planes y para lograr sus objetivos controlaba cada circunstancia de su vida con un arte meticuloso. Con el paso del tiempo había logrado controlar en su justa medida cada pensamiento, sentimiento, objeto, sujeto, entidad.
Ya nada le sorprendía, parecía estar preparado para cada acontecimiento. Siempre listo. Juan había logrado anticiparse, salir del paso, programar, ser exitoso.
Pero un buen día se sintió agotado y su método se fue degradando cuota a cuota.
Con la guardia baja, Juan conoció el amor.
Atrapado por el pánico y la contradicción, tomó a su objeto de deseo y estudiándolo medida por medida supo qué era exactamente lo que debía hacer.
Para que sus sentimientos no crecieran impidiéndole continuar con su estructura - como quien practica la terapia del bonsái - cuidó de él, lo regó, le convidó el calor del sol cuando lo consideraba necesario y la luz de las estrellas cuando se sentía conmovido. Cuando el deseo crecía buscando altura, Juan no dudaba en cortar sus ramas o sus raíces para mantenerlo siempre así, en el tamaño justo. Justo para sus grandes planes, por supuesto.
Juan siempre había sido coherente y actuaba siguiendo el pulso de sus impulsos. Sin embargo jamás se consideró un tipo impetuoso, porque todo podía medirse, controlarse, planificarse, y responder al programa que había diagramado.
Pero a veces la duda lo asaltaba: ¿Qué sucedería si sus sentimientos llegaran a su máximo esplendor? ¿Qué sucedería si dejaba arrebatarse por la duda? Ni bien pensaba en ello se le erizaban los nervios, se confundía, se mareaba, le estallaba la cabeza y miraba con pena al arbolito. El siguiente paso era, tijera en mano, recordar los límites.
Prolongando esta situación Juan se sentía feliz, pero había algo que tenía fuera de su alcance: las elecciones de su arbolito.
Una mañana cualquiera, de un día cualquiera, su objeto de deseo se mostró frondoso, iluminado, vivo.
Con paciencia y cautela, aunque quedó preso admirando su belleza, volvió a podar. Juan se sintió un tanto triste, pero no conocía a la tristeza.
Y no supo explicarse cómo podía extrañar esa sensación que se había permitido experimentar por tan breve instante.
Vigiló el sueño de su arbolito toda la noche, cuando por fin se durmió ya llegaba el día. El arbolito había perdido todas sus hojas y ahora estaba seco, reducido, desamparado.
Harto de contemplarlo a la luz de sus proezas, Juan comprendió por fin que su capacidad de amar se reducía a eso: a engendrar un arbolito sin hojas que de sombra.-
M.N.M

2 comentarios:

Anónimo dijo...

menos mal que la vida te da infinitas posibilidades!!!

Colorina Mondelino dijo...

y que siempre podés hacerle caso a tu seeeeed!!!